Hoy, día internacional de la mujer, celebramos que la mujer sigue empoderándose con fuerza de su propia naturaleza, de sus virtudes y de sus grandes potenciales, lo que implica una lucha contínua no contra el hombre, sino contra los sistemas sociales donde ha sido relegada, limitada, ignorada y mutilada, evidentemente porque han sido sociedades sólo preparadas para el liderazgo del hombre. El ser humano, femenino ó masculino es en muchas culturas víctima aún de la violencia, la discriminación y la ignorancia. Pero es la mujer por los acondicionamientos históricos y por su condición biológica reproductiva, que implica períodos de alta fragilidad, quien enfrenta grandes retos y desafíos. Su lucha empieza con ella mísma. Con sus creencias y percepciones de sus posibilidades y potencialidades, del conocimiento profundo de su ser y de sus derechos. Hombre y Mujer enfrentan además el deber de la conquista de logros impostergables como la eliminación de la violencia de género, de seguir sincerizando los valores familiares y permitir que se desarrollen núcleos sociales sin estigmas ó etiquetas que esten fuera de la realidad. Tanto el hombre como la mujer deben aún quebrar paradigmas que limitan a la mujer en los diferentes campos del saber, de la ciencia y de la política. Juntos, hombre y mujer, en un viaje de crecimiento y de enriquecimiento de la raza humana.
El siguiente artículo nos revela cuán importante es dar paso a la verdad sobre el aporte femenino en el pasado y cómo será en el futuro en nuestro planeta.
Más allá de Marie Curie.
«Ser niña y elegir una carrera científica hoy en día es algo bastante común. Pero hace unas cuantas décadas esta decisión solía ser mal vista tanto por las familias como por la comunidad académica.
Destacamos la carrera de cuatro pioneras que tuvieron que luchar para hacerse un hueco en una comunidad científica dominada por los hombres. Cuatro expertas comentan a EL ESPAÑOL el legado de estas mujeres de ciencia.
«Emmy Noether fue una de las grandes mentes matemáticas del siglo XX. Se la considera la madre del álgebra abstracta«, cuenta Marta Macho-Stadler, profesora del departamento de Matemáticas de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU).
Noether (1882-1935) nació en la Baviera alemana y desde pequeña tuvo una capacidad especial para resolver acertijos matemáticos. De origen judío, su padre era matemático en la Universidad de Erlangen (Alemania), donde estudió ella, aunque con muchas limitaciones. Junto a otra compañera, fueron las primeras alumnas del centro y solo podían asistir como oyentes si los docentes lo permitían.
Aun así, Noether consiguió sacarse el equivalente al examen de graduación y siguió estudiando en la Universidad de Gotinga y en la de Erlangen, cuando quitaron las restricciones a las estudiantes. En ese centro, la matemática dio clases durante siete años sin recibir un salario.
En 1915, el matemático alemán David Hilbert quiso que trabajara en la Universidad de Gotinga pero los profesores se opusieron. «¿Qué pensarán nuestros soldados cuando regresen a la universidad y descubran que deban aprender a los pies de una mujer?», planteó un docente. «Somos una universidad, no una casa de baños», replicó Hilbert, como recoge un artículo publicado por la Sociedad Americana de Física.
Pese a todo, Noether siguió investigando e ideó un teorema que impresionó a Albert Einstein y que se ha convertido en una herramienta fundamental de la física teórica moderna. «Realizó una importante aportación a la teoría general de la relatividad de Einstein: cuantificó y explicó la razón de la falta de conservación de la energía en esta teoría, entendiendo que se debía a la naturaleza de los ‘grupos de simetrías’ involucrados», destaca Macho-Stadler.
Terminada la Primera Guerra Mundial, consiguió trabajar y recibir un salario en la Universidad de Gotinga pero nunca logró el puesto de profesora titular. Con el ascenso de Hitler fue despedida por ser judía y emigró a Estados Unidos, donde impartía seminarios en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y clases en un centro de mujeres.
Murió a los 53 años por complicaciones de una intervención quirúrgica para extirparle varios tumores. Tras su muerte, Einstein la describió en el New York Times como «el genio matemático creativo más significativo».
Esther Lederberg, la genetista invisible
En el mundo científico son habituales los matrimonios entre investigadores que trabajan juntos, como ocurrió con Pierre y Marie Curie. El caso de Joshua y Esther Lederberg (1922-2006) fue uno más pero esa unión, lejos de darle el reconocimiento que merecía, convirtió a la microbióloga en alguien invisible para la comunidad científica.
«Ella hizo un trabajo pionero en genética, pero fue su marido quien ganó un premio Nobel«. Mercè Piqueras, microbióloga y presidenta de la Asociación Catalana de Comunicación Científica entre 2006 y 2011, recuerda estas palabras que The Guardian dedicó a Lederberg cuando falleció.
Nacida en el Bronx de Nueva York (EEUU), sus profesores le recomendaron que no eligiera una carrera científica porque le ofrecía pocas oportunidades pero no les hizo caso y estudió bioquímica. Tras formarse en varios centros se especializó en genética en la Universidad de Stanford. En 1946 se casó con Joshua y se doctoró después en la Universidad de Wisconsin.
El matrimonio estudió la genética bacteriana y desarrolló la técnica de la réplica en placa, es decir, la transferencia de colonias de bacterias entre dos placas colocando un tampón de terciopelo entra ambas y presionando ligeramente.
«Esther Lederberg hizo varias aportaciones valiosas. Una de ellas es el sembrado en réplica y otra, el descubrimiento del bacteriófago lambda, un hallazgo importante no solo en microbiología sino en genética y en ingeniería genética», señala Piqueras.
Lederberg publicó en 1951 el hallazgo del lambda, un virus que infecta a la bacteria E. coli. A partir de ahí, sentó las bases para demostrar cómo los fagos pueden transferir genes entre las bacterias. En 1958 su marido ganó el Nobel de Fisiología por descubrir cómo se aparean las bacterias y la mencionó de pasada en su discurso. Se divorció de él en 1966 y se volvió a casar en 1993 con Matthew Simon, aficionado a la música antigua como ella.
Gran parte de su carrera investigadora la realizó en la Universidad de Stanford, donde tuvo muchas dificultades para ascender por ser mujer, pero consiguió fundar y dirigir el Centro de Referencia de Plásmidos. Murió a los 83 años tras una neumonía.
Chien-Shiung Wu, la Primera Dama de la Física
A Chien-Shiung Wu (1912-1997) se la conoce como Madame Wu, la Madame Curie china o la Primera Dama de la Física. Nacida en una pequeña ciudad china, su padre siempre defendió la igualdad de género y creó una escuela para chicas. Tras estudiar en la Universidad Central Nacional, incluyendo formación de posgrado en física, trabajó en la Universidad de Zhejiang y en el Instituto de Física de la Academia Sínica.
Como su carrera avanzaba a un nivel más alto de lo que China podía ofrecerle, se marchó a Estados Unidos y se matriculó en la Universidad de California en Berkeley. Poco después investigó bajo la supervisión del físico Ernest Lawrence, que ganó el Nobel de Física en 1939 por su invención del acelerador de partículas ciclotrón.
Casada con el físico Luke Chia-Liu Yuan, el matrimonio se trasladó a la costa este y Wu desarrolló gran parte de su trabajo en la Universidad de Columbia. Desde allí formó parte del Proyecto Manhattan, cuyo principal objetivo era desarrollar la bomba atómica antes que la Alemania de Hitler.
«Chien-Shiung Wu fue un genio de la física, a la altura de Oppenheimer o cualquier físico nuclear de la época. Su mayor contribución es el experimento Wu, donde demostró la violación de la ley de la paridad en la naturaleza«, afirma Maia García Vergniory, investigadora del Donostia International Physics Center y de la UPV/EHU.
Los físicos teóricos Tsung-Dao Lee y Chen Ning Yang que postularon esta violación de la ley consiguieron el Nobel de Física en 1957, que no reconoció el trabajo de Wu, a pesar de que su experimento probó que la teoría se cumplía. El hallazgo fue clave para la física de alta energía y para el desarrollo del modelo estándar de la física de partículas.
Entre los méritos de Wu destaca haber sido la primera china-estadounidense miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y la primera persona en recibir el Premio Wolf de Física, en 1978. Falleció a los 84 años, tras dos apoplejías.
Mary Anning, la cazadora de fósiles
A diferencia de las mujeres que aparecen en este artículo, Mary Anning (1799-1847) no era una científica en el sentido estricto. De orígenes muy humildes y sin formación académica –aprendió a leer en su parroquia–, ella y su hermano acompañaban a su padre buscando fósiles en los acantilados de Lyme Regis (Reino Unido) que luego vendían a coleccionistas y geólogos para ganarse la vida.
La muerte del padre provocó graves dificultades económicas en la familia, por lo que el coleccionista Thomas Birch, cliente de la tienda de fósiles, subastó su colección y donó lo recaudado a los Anning para que pudieran seguir adelante.
Entre los principales hallazgos de la joven destacan los restos de un ictiosaurio. Extinguido en el Cretácico superior –hace unos ochenta millones de años–, el esqueleto de este reptil marino fue el primero conocido por la comunidad científica de Londres. Lo descubrió cuando solo tenía 12 años. Después llegarían más huesos jurásicos, incluidos los del primer plesiosaurio, el mayor animal marino de su tiempo que desapareció hace unos sesenta y cinco millones de años.
«El ser mujer fue un escollo importante, no hay duda, pero ser pobre y sin estudios no lo fue menos», mantiene Esperanza Fernández-Martínez, investigadora del área de Paleontología de la Universidad de León.
Los cientos de restos que desenterró –muchas veces jugándose la vida en los escarpados acantilados– fueron descritos científicamente por los geólogos que los adquirían. En las publicaciones en las que aparecían después raras veces mencionaban a Anning.
La crisis económica de Gran Bretaña de 1830 dio al traste con su negocio de fósiles. La Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, la Sociedad Geológica de Londres y el gobierno británico decidieron entonces concederle una pequeña pensión en reconocimiento a sus contribuciones a la geología. Murió de cáncer de mama a los 47 años.
Fuente: Prevención Integral