Historia breve de «LA LIMPIEZA»

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En la prehistoria, la sociedad era principalmente nómada, y solamente se asentaba por períodos limitados de tiempo en diferentes cavernas. Cuando una cueva se encontraba llena de suciedad, lo que se hacía era simplemente, buscar otra cueva mejor y mudarse. Con esto se deduce que el concepto de limpieza doméstica no aparecería hasta que la sociedad empieza a asentarse permanentemente en lugares determinados formando los primeros asentamientos urbanos.

Los sumerios descubrieron el jabón 25 siglos antes de Cristo. Gracias a los caprichos de la naturaleza, se descubrió que cerca de los ríos donde se vertían restos de grasa y cal de los huesos de animales calcinados se producía un compuesto que ayudaba mucho a la hora de la limpieza. Sin embargo, el uso del mismo no se normalizó hasta el siglo XX. En la época de los romanos y de los egipcios, ambas civilizaciones que daban una gran importancia a la higiene personal, los que se ocupaban de mantener las casas limpias eran los esclavos.

La edad media supuso un retroceso en lo que a higiene se refiere. Como prácticamente toda Europa estaba en guerra con los países del Islam, llegó a estar muy mal visto que alguien se bañara con frecuencia, hasta el punto de declarar los baños públicos inmorales. (En las culturas orientales, el concepto de higiene personal y bañarse frecuentemente estaba muy arraigado, como ejemplo los baños turcos se conocen y practican desde hace milenios). Es muy probable que este concepto de falta de limpieza e higiene se extrapolase a la limpieza de las casas, ya que fue durante esta época cuando las grandes epidemias y enfermedades diezmaron la población. Un ejemplo de ello fue la peste negra, que se trasmitió con gran rapidez a través de las pulgas provenientes de las ratas y que causó una gran mortandad en toda Europa. Para complicar más la situación, en esa época las ciudades empezaron a crecer rápidamente, y aunque en las antiguas ciudades del Imperio Romano y Asia el alcantarillado y los sistemas de saneamiento estaban bastante desarrollados, las ciudades europeas del S. XVI no estaban preparadas para adaptarse a toda la gente que fue llegando. Además, se defecaba y orinaba en cualquier lugar, los desperdicios de mataderos, mercados, curtiderías y animales de carga se acumulaban en todas partes, y cuando llovía, todo esto era arrastrado por el barro y agua de las calles.

No sería hasta el S. XVIII que se prohibiría arrojar desperdicios domésticos por las ventanas; en las ciudades se prepararon zonas para depositar la basura; se construyeron alcantarillas y proliferaron los retretes y letrinas conectados a estas. En este mismo siglo, C. W. Scheel descubre el cloro y C. Berthollet mezcla éste con sosa cáustica, descubriendo la lejía.

En el S. XIX se produjo una revolución en Europa, cuando varias instituciones promovieron de forma coordinada ciertos aspectos de higiene pública que posibilitaron una sensible mejora de la salud de la población. Elementos tan básicos hoy en día como el agua corriente, el retrete, la recogida de basuras o el alcantarillado pasaron a formar parte de la cotidianeidad de las ciudades. Gracias a todos estas mejoras, pudimos hacer frente a uno de los principales focos de enfermedades: la suciedad y la falta de higiene.

Esta revolución se empezó a aplicar en lo doméstico durante el siglo XX, ayudada por los avances que empezaron a surgir durante la década de los 50. Poco a poco, cada vez fue más frecuente encontrar en las casas electrodomésticos como la lavadora, fregona, aspirador, plancha eléctrica, lavavajillas, etc…

Algo tan básico hoy en día como es una buena limpieza, no ha sido tan normal hasta hace 60 años. Aún hoy día hay personas que no le dan valor a la limpieza ni cuidan los espacios comunes, pero la mayoría de la sociedad cada vez le da más importancia a estos aspectos.